lunes, 14 de noviembre de 2011

TERCER LECTURA DEL CURSO DE HISTORIA DE MEXICO

Levantamiento Minero: Real Del Monte 1766


Los españoles se internaron en nuestro territorio, ansiosos de poder y fortuna. Encontraron ricos yacimientos de plata, que satisficieron sus anhelos.
Los conquistadores hicieron de la minería la industria principal de Nueva España, pero establecieron un sistema de trabajo injusto.
Esta situación, sin embargo, comenzó a cambiar cuando los trabajadores de una de las minas más ricas se rebelaron; a continuación sabrás qué sucedió entonces...
Aquella mañana del 16 de agosto de 1766 los vecinos de Pachuca estaban muy inquietos. En las casas, en las pequeñas fondas y en las calles formaban grupitos y hablaban con agitación.
—A mí me contaron que eran más de seiscientos— decía uno.
—¡No, más!
¡Eran todos, miles, todos los operarios de las minas! —corregía otro.
—Iban armados, en tumulto.
Nada hubiera podido detenerlos —agregaba el de más allá.
El día anterior había sido infortunado.
Sólo el cura del lugar, escudado tras el santo sacramento, pudo apaciguar a los mineros.
Aquel 15 de agosto lluvioso y frío, los trabajadores se amotinaron. Hacía más de dos semanas habían abandonado las labores de todas las minas de la veta Vizcaína. Y la Vizcaína era, en ese entonces, la veta de plata más rica de la Nueva España. Gritando alborotados, indignados, subieron los cerros cubiertos de árboles. Y los conejos, los pájaros y hasta los venados huyeron temerosos.
Uno de los más exaltados hablaba a voz en cuello:
—Les digo que es una burla. El amo Romero de Terreros nos mintió.
¡Vamos por él!
¡Que responda!
Era Miguel Santos, barretero de la mina de Santa Teresa, quien los arengaba bajo la sombra de la gran encina.
Pedro Romero de Terreros estuvo interrogándolo el día anterior en presencia del alcalde mayor de los oficiales reales, para hacer valer su autoridad. Además, el dueño quería demostrar que los operarios de las minas hacían trampas y cometían robos.
Miguel usaba su pico y su cuña para extraer la blanca plata de los oscurísimos y húmedos túneles llamados labores.
—¿Qué les pareció?
Ayer el amo taaan bondadoso frente a la gente del gobierno: "¿Cuándo les he castigado porque vendan mis herramientas en Pachuca?" "¿Cuándo les he dejado de pagar su jornal?"
—No, si nomás nos lo rebajó a tres reales —exclamó Gregorio Pérez, uno de los peones que se quebraba diariamente la espalda cargando hasta la boca de las minas los sacos con tierra mineral.
Y Miguel, el barretero, se movía como gato enjaulado.
—Codicioso y avaro, así es ese señor. Tres velas no nos alcanzan para alumbrar una tarea de doce horas y, ya abajo, si queremos más, nosotros tenemos que pagarlas. ¡Nunca ha estado de nuestro lado en lo profundo trabajando, sudando...!
—Ni tiene que pagarle al herrero el agua de beber que nos baja.
—Primero se quedaba con dos costales y repartía uno con nosotros, después tres y uno, luego...¡fíjense nada más! ¡cuatro y uno!
Ya para entonces chiflaban, pateaban, alzaban los puños y gritaban:
—¡Hay que hacer algo!
—¿Te fijaste cómo nos quiso hacer quedar mal?
—"¿Qué metal es éste? ¿Es bueno o malo?" —dijo otro, remedando la voz de Terreros.
—¿Cómo quería que fuera, si es la plata de los costales que sólo a él le aprovechan? ¿No ha impuesto que esos sean más pesados? Y los que llenamos para repartir con él y quedarnos con la mitad, como es de costumbre en este reino, cada vez los llena menos.
—No podríamos sostenernos sin conseguir que los costales de partido fueran mejores.
—¿Y no que de nuestros propios costales tenemos que dar a los conventos, y también al médico y al que divide el metal...?
—¡Y al herrero, no se te olvide don Herrero!
—¡No hay justicia señores!
—No la hay. Yo creo que nos engañó al prometer que, si extraíamos tan bueno el mineral de sus costales como el de los nuestros, podíamos sacar para el partido no dos sacos, sino hasta media mina.
—Es que tú crees en los cuentos.
—Y se rieron.
—Al Felipe lo sacó el mayordomo para que no viera cómo dividía el metal y le dejó el bueno al amo.
—No hay justicia.
—¡Bajemos a Pachuca. Tomémosle la casa!
—¡A Pachuca, a Pachuca! —Y salieron de su poblado. Y tomaron lo que había a la mano: piedras, palos, fierros. Iban los barreteros, los peones, los achicadores, que sacaban el agua que inunda los túneles, y también los pepes, muchachos que sostenían las velas cuando el barretero se fatigaba extrayendo metal.
Andaban rápido por las barrancas, por las hondonadas. Tumbaron las puertas de la cárcel y liberaron a Juan y a otros tres compañeros dirigentes. Y ya por la tarde, llegaron a Pachuca, la espaciosa, en aquel 15 de agosto de 1776.
—¡No hay justicia, y la que hay no la queremos! —decían con grandes voces.
—¡Viva el rey, muera el mal gobierno y que la mina no se pare!
—¡Hoy se ha de perder el Real del Monte!
—¡Lo que no sea para nosotros, para nadie será!
Y apedrearon la casa de Romero de Terreros. Ya había oscurecido cuando subieron con teas encendidas a los cerros. y aquella noche y el siguiente día, y durante varios más, las minas estuvieron despobladas.
Era ya la mañana del 19 de agosto de 1766; por las ventanas de las casas pachuqueñas se asomaba uno que otro rostro temeroso. Los más atrevidos se arriesgaban a salir, y parecía que el ritmo cotidiano iba a restablecerse. A una mujer que salió escoba en mano, se le acercó otra, enrebozada.
—¡Santo Dios! Parece que por fin habrá paz.
—¡Cómo no! ¡Harán la paz por darte gusto!
—¿Es que no oiste anoche?
—¿...?
—Los caballos. Llegaron de la capital muchos soldados.
—¡Qué bueno! Los nuestros se hallaban refugiados en las iglesias.
Efectivamente, Francisco Xavier Gamboa había llegado con una compañía de granaderos y 25 fusileros.
"Vuestra misión —le había encomendado el Virrey— es aquietar aquel tumulto y averiguar las causas del conflicto".
Y basándose en las quejas que escuchó de los mineros, lo que indagó en las minas y lo que oyó de los mandones del dueño, elaboró unas leyes que los operarios consideraron justas, y que fueron el principio de una reforma a la legislación minera novohispana.
El millonario don Pedro Romero de Terreros, dueño de la Vizcaina, por su parte, se encerró varios años en una de sus haciendas a rumiar su rabia.
Y la Nueva España continuó, como lo había hecho desde poco después de establecida la conquista, enviando flotas cargadas de metales preciosos extraídos de sus prodigiosas minas. Así, las arcas reales siguieron enriqueciéndose.



martes, 8 de noviembre de 2011

HOLA REVISEN LA LECTURA ,PARA COMENTARLA EL PROXIMO MIERCOLES, REALIZAR SU COMENTARIO EN EL CUADERNO ILUSTRADO.

LA MALINCHE

LA MALINCHE

Una de las figuras más polémicas de la conquista española es la mujer conocida como La Malinche o Doña Marina (ca. 1500-1527), quien ejemplifica la importancia de los intérpretes en el curso de la historia. De familia noble, La Malinche fue esclavizada, se convirtió en intérprete y en la persona de confianza del explorador español Hernán Cortés, a quien dio un hijo. Algunos la ven como la traidora de los aztecas, mientras que otros la consideran el chivo expiatorio del fracaso de Moctezuma, quien no fue capaz de defender su reino.
Marina nació en una familia noble en la provincia de Paynalla en Coatzacoalcos, en la región de Veracruz al sur de México. Cuando su padre murió, su madre se volvió a casar y dio a luz a un varón. Aunque Marina era la primogénita y heredera legítima, su madre y su padrastro favorecieron al nuevo bebé. Y para que el nuevo vástago fuera heredero único, su madre la regaló o la vendió como esclava y la declaró muerta.
Antes de convertirse en propiedad del cacique de Tabasco, Marina viajó en cautiverio desde su región natal de habla náhuatl a las regiones de habla maya en Yucatán, donde aprendió dicha lengua. Durante esta época, Hernán Cortés había llegado desde Cuba a la costa de Tabasco con su intérprete, Jerónimo de Aguilar, quien había aprendido el maya después de naufragar, ser esclavizado por los mayas de Yucatán y posteriormente rescatado por los españoles.
Habiendo tomado la decisión de buscar favores de los españoles en lugar de pelear con ellos, los mayas les ofrecieron alimento, vestido, oro y esclavos, incluso a 20 mujeres. Aguilar, quien también se había ordenado como sacerdote, además de servir como intérprete ayudó en la conversión de los mayas. Las mujeres, Marina entre ellas, fueron bautizadas en marzo de 1519. Se desconoce la edad que tenía cuando la bautizaron.
Cortés obsequió las mujeres bautizadas a sus militares y Marina estuvo destinada primero a Alonso Hernández de Puertocarrero; luego regresó un mes después a donde Cortés. Casi de inmediato empezó a trabajar con Aguilar como intérprete. Cuando Cortés llegó a las regiones de habla náhuatl, hacia el occidente por la costa del golfo, ella interpretaba entre el náhuatl y el maya para Aguilar, quien sabía interpretar entre el maya y el español.
Marina rápidamente amplió sus conocimientos lingüísticos al aprender español o castellano. Se ganó la confianza de Cortés, se convirtió en su secretaria y después en su querida, y hasta llegó a darle un hijo. A Cortés se le ofrecían a menudo otras mujeres, pero él siempre las rechazaba, demostrando así su respeto y cariño por Marina. En una carta escribió, "Después de Dios, le debemos la conquista de la Nueva España a Doña Marina".
Los historiadores no consideran a Marina la responsable del éxito de la conquista española. El apetito de los españoles por el oro, la epidemia de la viruela y, por supuesto, su superioridad militar fueron factores primordiales. Sin embargo, sus habilidades para servir de intérprete jugaron un papel enorme. Se tiene certeza de que ella facilitó la comunicación entre Cortés y varios de los líderes indígenas de la antigua América, entre quienes fueron claves los tlaxcaltecas, pues estaban a la búsqueda de aliados en contra de los aztecas debido a sus brutales exigencias de sacrificio humano y tributo.
Sin duda, el punto culminante de su carrera como intérprete fue el encuentro inicial, cara a cara, entre Cortés y Moctezuma, pero asimismo participó directamente en numerosos intercambios entre los españoles y la gran cantidad de personas que encontraron y trataron. Se dice que ella favorecía activamente las negociaciones en lugar del derramamiento de sangre.
Aunque algunos la consideran una traidora, muchas chicanas consideran a La Malinche una preponderante figura histórica, cuya denigración y difamación de carácter tiene paralelos con su situación actual. Ella fue repudiada por su gente y no debía lealtad a los otros poderes mesoamericanos. Y aprovechó sus facultades lingüísticas para asegurar su propia posición social. Pero hay evidencia certera de que, una vez que se alineó con la causa española, fue totalmente leal a Cortés, a pesar de las múltiples oportunidades que tuvo para traicionarlo, a medida que la intrincada historia de la conquista se desenvolvía.
El autor mexicano Gómez de Orozco afirma que La Malinche "fue una parte instrumental de la estrategia [española], al interpretar en tres idiomas y al ofrecer información esencial sobre la organización económica, el conocimiento de las costumbres nativas, el orden y la sucesión de los reinos, las formas de tributo, las reglas que regían las relaciones familiares, etcétera".
Después de la conquista, Cortés, quien ya tenía una esposa en España, demostró su respeto por Marina al concertarle un matrimonio con Don Juan Jaramillo, un teniente de Castilla. Aunque Marina fue apenas una de las mujeres indígenas que tuvo hijos de padres españoles, es la más destacada, y el hijo que tuvo con Cortés, Don Martín Cortés, fue el primer mestizo de relevancia histórica y alguien que eventualmente tuvo un cargo en el gobierno. Fue el Comendador de la Orden de San Jago. En 1548, fue acusado de conspirar en contra del virrey y posteriormente ejecutado. Marina también tuvo una hija de su esposo, Don Juan Jaramillo, llamada Doña María. Como la madre de un hijo y una hija de dos razas, con la misma sangre mestiza que corre por las venas de la mayoría de los mexicanos, a Doña Marina se le puede reconocer legítimamente como la madre de la nación mexicana.



jueves, 27 de octubre de 2011

Coyolxauhqui

Coyolxauhqui
Hacia fines del siglo XV, una tarde empezó a temblar en el Valle de México y comenzaron a escucharse ruidos extraños en la bella ciudad de Tenochtitlan. Los pueblos que vivían alrededor del lago se alarmaron.

De pronto, se escuchó un estruendo que provenía del Centro Ceremonial mexica. Luego, apareció una gran cuarteadura en la esquina derecha del Templo Mayor, dedicado a Tláloc, dios del agua, y a Huitzilopochtli, dios de la guerra. El suelo seguía cimbrándose.

En medio de la confusión, el jefe de los aztecas el tlatoani, acudió presuroso al Centro Ceremonial y vio cómo la esquina del templo se desmoronaba estrepitosamente, rompiendo una hermosa piedra labrada y dejando al descubierto una pirámide edificada mucho antes.
El tlatoani no atinaba a explicarse si lo sucedido era un defecto de la construcción o una muestra del enojo de los dioses.

Poco después de aquel temblor, los sacerdotes del agua imploraron a Tláloc para que no volviera a agitarse la tierra. Vestidos con trajes ceremoniales y máscaras, depositaron ofrendas: conchas, corales, cocodrilos y vasijas con la imagen de su dios.
Una vez despejado el lugar de la catástrofe, los sacerdotes de Tláloc le informaron al jefe azteca que la esquina de la pirámide se había derrumbado porque los soportes de los cimientos no habían resistido el movimiento sísmico.

Sin embargo, los sacerdotes de Huitzilopochtli le dieron otra versión: que el derrumbe había sido un claro signo de la ira del dios de la guerra. Según este mensaje debían conquistar pueblos vecinos como lo venían haciendo. Y el tlatoani aceptó esta interpretación porque le convenía capturar prisioneros para utilizarlos en la reconstrucción del Templo.

Los aztecas se prepararon para la guerra y, poco después, invadieron varios pueblos. Fueron tantos los hombres tomados presos que el tlatoani decidió hacerlos construir una pirámide más grande encima de la dañada.

Era costumbre, entre los antiguos pueblos mexicanos, superponer las edificaciones para hacerlas cada vez más grandes.
Por último, labraron una nueva piedra, igual a la que se había roto.
Todo quedó otra vez nuevo, resplandeciente de color.

La hermosa piedra representaba a una mujer desmembrada, la diosa de la Luna o Coyolxauhqui. Los historiadores y los arqueólogos discuten diferentes versiones del mito de esta diosa.
Una de ellas dice que, cuando Coyolxauhqui supo que su madre Coatlicue, diosa de la tierra, iba a dar a luz, se sintió muy indignada. Sabía que su nuevo hermano había sido engendrado por la pluma de un colibrí y celosa por ello quiso matar a su madre. En el momento de intentarlo, nació su hermano. Como todos los dioses, vino al mundo vestido y con armas y fue llamado Huitzilopochtli, o sea "hijo de colibrí". Una serpiente hecha de teas que obedecía los mandatos del recién nacido, decapitó a la diosa de la luna. La cabeza quedó en la ladera de la montaña y el cuerpo rodó cuesta abajo, fragmentándose.
Se dice también, que la piedra simboliza el momento final de una lucha entre dos grupos mexicas que se disputaban el poder. Al ser derrotado, el bando representado por Coyolxauhqui quedó desmembrado; según la leyenda, aquellos de sus guerreros que lograron huir, se convirtieron en estrellas.

Y aún hay otra versión, según la cual, en alguna época entre los mexicas dominaban las mujeres. Al ser desplazadas por los hombres, el poder femenino quedó desarticulado y también sus diosas, entre ellas Coyolxauhqui.
Pasaron los años, vinieron los conquistadores y hacia 1521 destruyeron el gran Centro Ceremonial. Acabaron así con el Templo Mayor, dedicado a Tláloc y Huitzilopochtli, el más importante de Tenochtitlan. Y usaron sus piedras para construir la catedral de la ciudad de México. Derribaron también otras pirámides, como las dedicadas al dios del viento y al del sol. Y lo mismo le ocurrió a una especial, en la que tenían prisioneras las imágenes de todos los pueblos conquistados.
Así terminó la vida de aquel centro, en la que además existieron escuelas de guerreros y sacerdotes, un jardín zoológico, pequeños adoratorios, y hasta una cancha para el juego de pelota.

Hoy, lo que queda del Templo Mayor, se puede ver al lado de la catedral, en el Zócalo de la ciudad de México.

Durante cientos de años, muchos se preguntaron cuál habría sido el destino de las esculturas de este Templo.
En 1978 se iniciaron los trabajos de rescate y salvamento de aquella edificación. Esta labor, los descubrimientos y las investigaciones acerca del Templo Mayor han dado varias respuestas. Y así ya conocemos más del arte, los rituales, la sabiduría y las técnicas de construcción de los aztecas. Gracias a estos trabajos pudo ser encontrada Coyolxauhqui, diosa de la Luna.
Cuando los arqueólogos la descubrieron yacía al pie de la gran escalinata del templo. Su cabeza está adornada con cascabeles en las mejillas, tupé sobre la frente, plumones sobre la cabellera, orejeras, narigueras y penacho. La hermosa piedra es una de las piezas prehispánicas más importantes entre las descubiertas en el siglo XX. 








lunes, 17 de octubre de 2011

Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber.
Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.